Crisis de participación

25.06.2020

Por Soledad Larraín

Esta crisis volvió a develar lo que ya había sido expuesto durante el estallido social: nuestras ciudades y territorios están completamente segregados y son espacios que agravan la desigualdad social, de género y de oportunidades, desde el ámbito doméstico al público.

Por una parte, nuestros hogares se han vuelto refugio para algunos, y un calvario para muchos otros, que sufren la falta de espacio, de acceso a servicios básicos, de conexión digital (hoy un imperativo para toda actividad) e incluso de la violencia que se oculta puertas adentro en los hogares chilenos. Por otra, el transporte y el espacio público se han transformado en un escenario donde se aglomeran los desfavorecidos, quienes no tienen opción, y exponen su salud día a día.

El imperativo del cuidado colectivo ha puesto en cuestión las relaciones espaciales, productivas y de movilidad urbana.. Esto nos lleva a reformular las relaciones y escalas de nuestras ciudades y sus unidades territoriales, potenciando la idea de lo local.

Esta crisis nos debiese llevar a un cambio, un desarrollo urbano con participación efectiva y permanente de sus ciudadanos, empoderando a las comunidades locales, y la vinculación de estas con sus autoridades, entendiendo las ciudad como un proceso de construcción colectiva, donde nadie debe quedar fuera. Esta es una oportunidad para reforzar el actuar comunitario, construir las redes que articulen lo colectivo y consolidar las confianzas entre los actores, poniendo el bien común por sobre las individualidades.

Esta experiencia nos debe llevar a reforzar nuestro compromiso para construir ciudades equitativas y sustentables, donde todas y todos seamos los co-creadores de nuestros entornos y tengamos la voz para decidir nuestro futuro.